sábado, 14 de agosto de 2010

La tristeza vino sola

La tristeza llegó sola, casi sin anunciarse. Intentos fallidos de alejarla no hicieron otra cosa más que empeorar su regreso. Por momentos su dulce amargo deleitaba lentamente mis sentidos, ya que otro desafío se aproximaba. El eterno replanteamiento de la vida misma, del vivir diario, del abismo al que estamos insertos. La búsqueda de ese ideal… el cual dudo de su existencia.

Percibía el olor a la tristeza, luego pude probar su sabor a medidas que las lágrimas rodaban por mis mejillas, una perfecta esfera, pulcra, mojada y salada. De a poco entraban por mis labios y se inmiscuían de entre las ropas. La cara mojada y el maquillaje corrido completaron el oscurecimiento de mis ojos, haciendo mi mirada retraída, sincera, inhóspita, cohibida…

Cuando mire a mi alrededor descubrí que no había nadie mas que yo, la falta de un abrazo sincero, de unas palabras de aliento se hacían necesarias. Sin embargo, la soledad era hermosa y disfrutable. No había nadie a quien sonreír, ni a quien encantar. Solo estaba yo, conmigo misma, un acompañamiento en soledad.

Ronchas en mi cuerpo brindaban un tacto constante con mis manos, rascarme hasta desangrarme era una de las opciones.

Reflexioné sobre mis pecados ideológicos, transforme mi odio en culpa y luego lo sazoné con muchas dudas. El plato a deleitar era peligroso. De postre: ataques de pánico, cortos pero intensos. Duros, iluminados y oscurecidos por la perdida del control. Aferrarme a alguien y apretar con fuerza los ojos, no ayudó.

Me siento bien triste, me siento bien sola… Pero el demonio de a ratos se acercaba a mi y me tentaba, me atraía… me daba increíbles miradas, me mostraba imágenes que no había imaginado. Me gustaba ese olor a tentación y a traición, el tacto y el gusto de esa sangre prohibida despertaban mi sed y mi locura.

Sigo esperando a mi amigo el tiempo, a quien no puedo encontrar, asi como tampoco amigarme con el pasado y juntarme un poco mas con el presente…

jueves, 4 de febrero de 2010

Cuando le conté, no me creyó

El viaje había comenzado hacía dos días y solo habíamos parado en algún pueblo extraño del cual aún no recuerdo su nombre, de hecho, no sé si en algún momento lo supe.
Nuestro destino era un lugar llamado Solem, una ciudad ubicada a miles de kilómetros al norte de nuestro lugar de origen.
Tenía tan solo 8 años y no era hija única, compartía mis genes con un pequeño hermano de 3 años, adorado y esperado ansiosamente por la familia. Yo lo amaba y protegía, porque también había sido esperado e insistido por mi.
En nuestro segundo día de viaje, acompañados por un calor aterrador, comenzamos a viajar por la ruta en el vehículo de mi padre. El paisaje dejaba disfrutarse y todos los lugares parecían paradisíacos. Mi viejo, un hombre muy sabio y culto contaba historias de esos lugares que el ya había recorrido y explicaba fenómenos físicos de la naturaleza sobre piedras, plantas o animales. Siempre él había sido mi admiración, un gran ejemplo a seguir. Responsable como nadie y según él, moralmente correcto, nunca mentía ni ha mentido hasta el día de la fecha. Yo no lo pongo en discusión.
Me sentía tan segura con él, su presencia me daba tranquilidad, paz y armonía. Con mi madre hacían la combinación perfecta.
La siesta se hacía pesada debido al calor y el cansancio; tantas horas de viaje impedían manejar con tranquilidad y alivio, a pesar que nos habíamos detenido a descansar en varias oportunidades.
Con más de 35 grados de temperatura, mi madre y pequeño hermano dormían acomodados como podían en el auto. Recuerdo haberme sentido sola y que nadie estaba conmigo para cuidarme o protegerme, cada uno había hecho un viaje astral hacia otras realidades, hacia otros sueños y me sentía la única apreciando el paisaje.
De pronto, el vehículo empezó a zigzagear en plena ruta, me asusté mucho e intentaba encontrar una explicación razonable al hecho, pero se hacía imposible al ver que otros autos nos tocaban bocina, mis nervios crecían y nuestro vehículo seguía zigzagueando.
Me acerqué al asiento de mi padre para observarlo y tenía los ojos cerrados, él también dormía. De frente se aproximaba a gran velocidad un camión con un acoplado gigante que hacía señas de luces hacia nosotros, rápidamente y de casualidad nuestro vehículo retomó su camino como si alguien más hubiera tomado el control, seguidamente mi padre despertó y nunca se enteró del posible accidente que hubiéramos tenido. No le dije nada y de hecho, fui la única testigo. Al ser más grande, le conté esta historia y él no me creyó.

él no me creyó.