domingo, 14 de septiembre de 2008

Verdades Impuras

A sus 15 años descubría su cuerpo, se tocaba por la noches mientras sus padres dormían. Nadie debía saber semejante pecado. Dios nunca la perdonaría. En la iglesia confiaba, cada domingo confesaba sus verdades mas oscuras al parroco de turno. Mario era su nombre. Querido por la comuna barrial, adorado por las madres ejemplares y admirado por los hombres de familia. Mario tenía 60 años, era alcoholico, se había tomado muy en serio lo de "la sangre de cristo", pero no admitía su "pecado". Escuchaba atentamente las confesiones de la "gentuza", como el solia denominar a los devotos.
Cristina a sus 15 años y con varias masturbaciones en su haber, confesaba penosamente su gran pecado. Mientras lo hacía, Mario del otro lado del confesionario sudaba y pasaba la mano por sus genitales, se excitaba. El conocía a la adolescente impura, desde que era mucho mas pequeña, le gustaba darle la hostia cada domingo y ver como al recibirla ella casi mordisqueaba y lamía sus dedos, con su mirada tan pura y angelical, casi endemoniada. El sol cayendo en el horizonte, contorneaba las piernas de Cristina, el se imaginaba adentrando por ellas, eran dos vías de acceso a la fruta prohibida.